“Porque escribi casi
la palmé”
Por Eli Neira
“Porque escribí casi la palmé” le responde Roberto Bolaño al periodista,
parodiando el famoso poema “Porque escribí” de Enrique Lihn. El año era 1999,
el lugar, la Feria Internacional del Libro de Santiago, la fiesta de las letras
más importante por estas tierras, que tuvo en esa oportunidad como primerísima primera
figura invitada al autor de “Los Detectives Salvajes”, la novela que incendiaba la narrativa
hispanoamericana, Premio Herralde 1998 y que había instalado a su autor, un ilustre
desconocido hasta entonces, como el escritor chileno en el exilio más célebre del
momento.
El problema es que Bolaño no era chileno, sino por un puro accidente
biográfico, dado a que nació en Santiago un 28 de abril de 1953. Desde pequeño se
tuvo que acostumbrar a los traslados. Su infancia la paso en la provincia, entre
Quilpué y Los Ángeles, lo que en la capital se diría “un huasito”, comiendo
bien, rodeado de personas simples, alejadas de los vicios del poder y del
arte y respirando aire puro. Hijo de un
micrero – boxeador y una maestra de
escuela, su primer trabajo fue cortando boletos en una micro de la locomoción
colectiva, en Quilpué, probablemente en una jornada con su padre, ya que ésa
era una extendida costumbre entre choferes, enseñar tempranamente el oficio al
hijo hombre de la familia.
Pero el destino quiso que a los 15 años se fuera a vivir toda la familia
al DF mexicano. Es en la antigua Tenochtitlán, la gran metrópoli latinoamericana,
la frontera o punto de confluencia entre la América India y el Imperio, donde
Roberto Bolaño se crea a si mismo como escritor y comienza su aventura vital
-literaria (por decirlo de alguna manera).
Bolaño, su madre, su padre y su hermana llegan al DF en 1968, el año de
la matanza de Tlatelolco, uno de los puntos rojos más vistosos y vergozantes de
la historia política del continente, con miles de estudiantes muertos en manos
de la policía. En ese marco, bajo esos fuegos, no se podía no ser radical, y el
joven ex chileno se propuso serlo. A los 16 abandonó el colegio, se juntó con los peores, vendió drogas, leyó mucho y eligió la
“Universidad Desconocida” de la que hablaría más tarde en sus ensayos.
Lógicamente se fue de cabeza contra Octavio Paz y contra todo lo que oliera a tradición.
Se inyectó poesía a la vena y vivió sin reloj.
Es probable que en este periodo comenzara el deterioro orgánico que lo
llevo a la muerte a los 50 años de edad esperando un trasplante de hígado en
julio del 2003, en el pico más alto de su trayectoria.
Para 1973 Bolaño tenía 18 años y encendido como estaba se le ocurrió la
peregrina idea de viajar a Chile desde México para sumarse a las filas de la
Unidad Popular, proceso liderado por el presidente Salvador Allende. Se demoró,
porque se vino a dedo y en barco, asi que para cuando llegó a su tierra natal el
plan ya se había fraguado en los oscuros cuarteles donde se fraguó; y apenas unos días después de su arribo, es
sorprendido por el golpe de estado de Pinochet. Como muchos jóvenes con cara de
jóvenes, fue detenido mientras viajaba en un autobús y encerrado sin
explicación alguna. Si bien en la cárcel solo estuvo 7 días y no fue torturado,
ese primer encuentro con el fascismo chileno que se estaba instalando para
quedarse, le bastó para comprender que
tenía que salir rápidamente del país si no quería terminar acribillado sin
siquiera haber saboreado ni un poquito la revolución.
En 1074 regresa a México y conoce a Mario Santiago, su hermano de
sangre, con quién funda el movimiento de los infrarealistas. Mario Santiago, el
poeta desquiciado, un poco extraterrestre fue la figura mítica, 100% poética,
encargada de iluminar a Roberto el inicio del espinudo camino que tenía por
delante, si quería ser escritor. Porque
Roberto quería ser escritor, pero no uno cualquiera, sino uno de veritas.
Por esa época comienza a escribir sin parar, cuadernos enteros, apuntes.
Escribió de todo pero comenzó con poesía. Al alero de los infrarealistas, Roberto Bolaño se forjó en el oficio y se
forjó en la vanguardia mexicana. De ese periodo dirá Juan Villoro:
«Se podría sostener que el infrarealismo lo determinó como escritor
de la misma forma que el alejamiento de la corriente le permitió iniciar su
carrera como novelista. México para él fue central, porque lo determinó como
escritor (...) el México nocturno, el México de las calles, del habla
cotidiana, de un destino quebrado y a veces trágico y el humor lo cautivaron.
No es casualidad que sus dos novelas más grandes las haya centrado en
México, Los detectives salvajes y 2666.»
En 1976 luego de una ruptura con una novia decide emigrar a España donde vivía su madre
desde hacía algunos años después de su separación. Hasta establecerse en Europa
desarrolla diferentes oficios vinculados más bien al ámbito de la sobrevivencia.
Trabaja de lavaplatos, camarero, guardia nocturno, cargador en un barco, y
escribe. Escribe poesía e incipientemente ha comenzado a probar con cuentos y
novelas.
Ya en Gerona y en la soledad de su auto -doble exilio comienza su
correspondencia con el poeta chileno Enrique Lihn quién publica algunos de sus poemas
en una revista que dirigía y lo da a conocer entre un pequeño grupo de
escritores. De ese periodo ha dicho que la correspondencia con Lihn le salvó la
vida en un momento donde se encontraba viviendo en una casa en el campo en
Gerona, solo con una perra, sin trabajo, con el permiso de residencia a punto
de expirar y sin salida a la vista.
A pesar de las durezas no para de
escribir y comienza a enviar sus obras a concursos pequeños de ayuntamientos en
España y comienza a ganarlos. La estrategia la copia del escritor Antonio Di
Benedetto que según cuenta el mismo Bolaño, por
entonces hacia lo mismo para poder ganar algo de dinero con el fruto de su
pluma.
En 1981 conoce a Carolina Lopez con quien se casa en 1985, año en que se
trasladan a Blandes. Luego del nacimiento de Lautaro, su primer hijo, Roberto
decide volcarse de lleno a la narrativa con la perspectiva de hacer mas o menos
rentable su oficio de escritor, suceso que tardaría en ocurrir pero que
ocurriría finalmente.
En 1993 publicó su tercera novela, “La pista de hielo” y ”Los perros
románticos”, una recopilación de sus poemas escritos en España desde su llegada
en 1977 hasta 1990, con el cual ganó en 1994 el Premio Literario Ciudad de Irún
y el Premio Literarios Kutxa Ciudad de San Sebastián, a mejor libro de poesía
en castellano. Y el 96 publicó las novelas “La literatura nazi en América” y “Estrella
distante”, con excelente crítica, lo que le dio un cierto prestigio, y al año
siguiente su primer libro de cuentos, “ Llamadas telefónicas”, con el cual
obtiene el Premio Municipal de Santiago de Chile, el Premio Ámbito Literario de Narrativa y el
Premio Literario Kutxa Ciudad de San Sebastián.
Pero es con “Los detectives Salvajes”, cuando el reconocimiento, la consolidación, la fama y la gloria le
llegan abruptamente en 1998, año en que se convierte en el primer escritor
chileno en obtener el Premio Herralde de Novela y posteriormente el
Premio Romulo Gallegos, con el mismo título.
Comienza
para Bolaño un corto pero intenso periodo de múltiples invitaciones,
publicaciones, críticas, referencias y viajes. Como nunca su voz, su figura y
su sentido del humor es escuchado, aplaudido y admirado en el mundo entero y
por supuesto en su país natal, que solo
entonces se interesa en mirarlo y reconocerlo como hijo querido.
Sin
embargo Bolaño, ya no le pertenecía a Chile, ni a México ni a España, sino al
lenguaje o de últimas a la literatura, que es una patria muy extensa y de fronteras bastante
flexibles, gracias a Dios.
En Chile se acerca a Pedro Lemebel y a Nicanor
Parra a quién siempre admiró y en quien reconoce una fuerte raíz e influencia.
Siendo un agudo y fino lector, Roberto Bolaño reconoció en su patria a los
buenos y los señaló. Dijo me gusta éste, éste y éste, Lemebel, Parra, Lihn, Maquieira y un par más pero el resto es
basura. O algo muy similar. Y eso aca cayó
muy mal.
Como
comprenderán a Roberto Bolaño, a esas alturas, el stablishment literario local le
tenía sin cuidado. Fue el primero y el único en decir en la televisión chilena
que la nueva narrativa chilena le parecía pésima. No tuvo muchos problemas en
irse de cabeza contra los intocables, lo que generó urticaria y polémica
alrededor de su figura, la que por supuesto no se iba a “adaptar” al orden interno
de la escena literaria de su país
natal.
Luego de Los Detectives Salvajes, novela comparada con Rayuela por su importancia
paradigmática en la literatura hispanoamericana, se embarca en una empresa títanica,
la escritura de 2666, un libro de mas de 1000 páginas donde mezcla los
asesinatos de las mujeres en Ciudad Juarez con la vida de un escritor fantasma.
La muerte lo sorprende con la novela aun inédita. Sin embargo, esta no tardaría
en ser editada póstumamente por su editor Jorge Herralde y su amigo el crítico
literario Ignacio Echeverría quienes se dieron prontos a la tarea.
Al momento de su muerte Roberto Bolaño se encontraba en plena ascensión.
Traducido, editado y estudiado se había convertido en lo que siempre había
soñado, un gran escritor. A mediados de 2003, unas pocas semanas antes de su fallecimiento,
durante una reunión de escritores latinoamericanos en Sevilla,
su par argentino Rodrigo Fresán se refirió a Bolaño como el
líder indiscutible tanto de él como de otros escritores contemporáneos, tales
como Jorge Volpi
o Gamboa. Es decir se había convertido
en un referente de su generación. En una voz de su tiempo, un anhelo inherente
al oficio de la escritura.
Pero la muerte no perdona fama ni gloria y asi que ni bien haber
disfrutado un poquito el éxito y haber visto su sueño de juventud
materializado, Roberto Bolaño “la palmo” como él mismo hubiera dicho, dejando
para sus lectores una vastísima obra entre poemas, novelas, cuentos, ensayos,
critica y columnas de opinión que probablemente se seguirán editando y leyendo
con avidez por muchos años más.
Hoy, mientras los homenajes póstumos se multiplican y su obra se expande
por el orbe, sus cenizas flotan en el mar meditarráneo.
*Valparaiso Chile junio 2014*
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