(Columna publicada el 26 de octubre en la seccion cultura del diario La Nacion)
Corazón Ciclista
Hace algunos años tuve un amor que era ciclista, colocolino, alto dirigente de la garra blanca y comunista del ala más dura. Tal cual. Nada más ni nada menos. Toda una joya para presentar a la familia. Lo peor de todo fue que ese amor un día me dejó por otra a la que seguramente no le daba “cosita” subirse en el fierrito delantero de la bici para que él la llevara a casa, otra que no ponía cara de “asquito” y horror cuando él llegaba con entradas para el partido del domingo, una a la que no le daba miedo ir de vacaciones con su pololito armado hasta los dientes y que en definitiva estaba dispuesta y feliz de acompañarlo en las durezas de tales militancias.
De ese amor me quedó por un tiempo el sabor amargo del abandono que desapareció después de varias sesiones de terapia, algunas de reiki y una última de compras compulsivas.
Hoy que los años han pasado y que las cosas en Santiago han cambiado tanto para bien y para mal, pienso que biciman (como le decía en la intimidad) fue un adelantado en muchas materias. Aparte de su visión política que comparto en una gran cantidad de puntos, (no así la deportiva) lo que mas rescato en este preciso momento que tomo notas para esta columna, encima de un destartalado bus de la locomoción colectiva manejado por un sicópata - asesino - drogodependiente, ahoritita mismo, lo que más le valoro al hombre, es su firme opción por el uso urbano de la bicicleta. Uso que llevó hasta sus últimas consecuencias.
“Amorcito” salía cada la mañana de su casa, ubicada en una comuna de la periferia de la ciudad, montado sobre su pistera reacondicionada por él mismo, con su casco de seguridad, la botellita de agua, los guantes sin dedos, las rodilleras, coderas, más otra increíble cantidad de elementos de seguridad que sólo los expertos conocen y era capaz de recorrer la ciudad entera a bordo de sus dos ruedas sin dejarse intimidar por maquinaria del infierno ni circunstancia alguna.
No importaba la época del año, las inclemencias del frío o del sol, tampoco la prepotencia de automovilistas, micreros y taxistas, quiénes numerosas veces intentaron eliminarlo de las calles del gran Santiago, biciman jamás se bajó de su cleta, sentando con su insistencia el auge del movimiento ciclista que hoy crece de manera evidente (gracias a Dios) ocupando calles, veredas y parques, exigiendo ciclovias y una ciudad mas amable.
Y ahora que recuerdo bien, fue (consecuentemente) montado en su bici que un día salió desapareció de mi casa y de mi vida, su corazón ciclista, rodando con rumbo incierto, sin decir adiós para nunca más volver.
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